Voy a escribir porque parece que no puedo leer. Hoy desperté renovado, sintiéndome lleno, y luego de mimosear con el sol, un paréntesis. Un huequito entre ese lugar al que me veo obligado por una sana y rica elección propia a ir, la escuela, y mis cinco pequeños pedacitos de tiempo en la plaza vecina. Allí fui una fiel y predispuesta presa del roce tibio e intenso del humo que flota y toca el cielo, que en su interior lleva escondido un sueño.
No reconozco el puente del antes y el después. Al besarla, todo se convierte en humo, se distiende y relaja el mundo a la par del pulso suave y sutil de mi corazón despierto, vivo. Me encuentro aquí, voy al choque con su cuerpo, compartimos la piel, y ella pone sus semillas en mi interior hecho de tierra. La semilla brota como sus hermanas en creo yo, un instante finísimo. Germina y aflora su voluminosa y magistral presencia justo dentro de mi. Nos reflejamos, soy sus ojos y ella los míos. Entonces, me traslado. Estoy allá, escape volando para decantar sin una estrella chance de ver y capturar el fugaz tiempo, de violar con mi atención el momento del cambio, el puntito en donde eso que convierto en palabras para inmortalizar sucede. La magia, una de las tantas.
Lo eh intentando en soledad, cuando mis ojos mi cuerpo mis oídos. Solo, y todos vibramos en un único e infinito pulso dando lugar a la vida. Solo, y todos vibramos desde la llanura de la extensa estepa, y tampoco pude hallarlo. El ritual es casi entero, pleno. Mi conciencia es una liebre libre faltando a sus principios, posándose en silencio atenta al reconocimiento del eje en cuestión. La forma en que nos convertimos. El aura a la salida de la luna llena en mi jardín lobuno.
Pedacito por pedacito, voy cogiendo cada fragmento vibrante de luz que conforma el entero. Viendo y haciendo, siendo yo parte y todo del proceso. El papel suave y sagrado hijo de viejos gigantes sabios robles caídos. El verde amanecer, regalo del sol, fruto del amor, santa y libre. Toco su aroma, me apodero de ella. Desnuda y en mis manos. Una jauría de caricias guiadas por la percepción envuelven de una manera agil y delicada el cuerpo entero de la dulce flor. La niña duerme en paz y es plena en el abrazo paternal. Solo un velo fino, delgado y algo frágil nos separa. Ambos desnudos. Entonces, retomo mi haz de observador, y soy el fuego. La calma paciente que espera la paz del viento, la ultima bocanada de aire, la sequedad y la mirada al cielo. La calma paciente que espera la tregua del viento, y nace el calor flameante. La llama exacta, el incendio que danza y amenaza. La revolución espiritual en forma de viva niebla. La apertura y calida bienvenida de mi boca, el abrazo del cuerpo entero al infiltrado adentro, el choque majestuoso entre los dos, y por fin, el amor. El encuentro. Aquello que no puede ser descrito, que naturalmente sucede. Que acontece a la vida, y que muy sinceramente no puedo ver, no puedo dibujar ni decir, y entonces estoy aquí, del otro lado del tiempo.
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Cir que sutil y delicada escritura, que buena onda detenerse a sentir... tarde o temprano esta piola que llegue. Ese silencio total, ese "no estar separados" . Me encanto leerte, para hacerlo tuve que detenerme y entrar en tu tiempo.
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