El sol se amaneció en la continuación de una famosa calle tres, en donde las luces de la humanidad y sus edificios y trágicos sonidos ya no bailan. Aquí abunda el silencio, la soledad, historias compañeras, y en el día de hoy, unos cuerpos despiertos, recién levantados, muy atentos, con manos y ojos y piernas y vida. Llenos de vida.
El camino bañado de arena separa ambos aspectos del fenómeno mas lindo del existir. Por un lado, el mar, tan familiar y hogareño, el verde compañero y a millones de huellas que aun acarician por aflorar la infancia con mucho amor y respeto en nosotros. Del otro, lo virgen, lo desconocido. La naturaleza crecida en plena libertad, inviolable. Tierras sin huellas, sin marcas ni manchas. El bosque eterno y clandestino, desaparecido y divino. El abrazo de mis padres, de aquel niño aquí crecido que también volaba, puro y en su tierra se descubría. Por mas calido que fuera, y escribo sin dudar de su verdad, del néctar, aquel amor, aquel lazo irrompible (y doy fe de ello), me separaba ante aquella aventura única y necesaria, predestinada por el sol. Fue o es así que partí en busca de nada, ansiando nada, entusiasmado de ser, pero completamente guiado por mi verdad, por mi voz mas pura, la que adentra en todos y todas y en ninguno de ellos.
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