martes, 23 de noviembre de 2010

La màta

Al doblar en el camino del nimbè, sentí su presencia. Junto al gran árbol mago que habita en aquel punto esquinal de mi bosque, estaba parado, acompañado del instante triste y desolado, el aura característico de estos seres. Tras sus ojos, vació. Apenas reconozco la especie. Camine centrando mi energía en estar calma, desapercibida ante los ojos del mal, cuestión de caminar, oler las flores, sonreír al cielo, y sobre todo, libre. Al momento de entrecruzarse nuestros campos vitales, el choque es inevitable. La naturaleza de nuestras rarezas nos enfrenta, su arte escapa a mi arte, mi sol no sale en sus mañanas. Para mi sorpresa, el rostro que deslumbraba melancolía y saliva amarga, no mostró sus dientes como de costumbre. Se perfilo, con la nada que habita en su interior, la cual se puede observar con detalle al posarse con intensidad en sus ojos, solo, solo a mirarme..
¡Malditos tus ojos, que también miran! Que juzgan, sedientos de dolor, ansiosos de ver florecer en el otro el gusano del miedo, el virus maligno de la opresión, la sangre brotando como lluvia, que a la fuerza arrancas con tus manos de artesano, en el arte de la represión.
Al carajo con sus ojos, pensé. Caminé, para eso el sol me trajo al mundo, pues entonces, caminé. Entonces, lo que mi ser presentía, aquello de lo que toda la constelación de la vida me adelantaba en sinceros pulsos. Lo sentía. Le hable:

-¿Qué esconden esos ojos?
-Discúlpame, no te entiendo.
-¿Usted es de acá? No quiero ser ofensivo, muchas veces me intereso indagar en el fenómeno que usted es. Sabe, yo nunca pude desenfrascar su crudo pelaje. ¿Qué es exactamente usted?

Un silencio mortífero asesino el alma de la criatura. Sin embargo, aquel dolor tan fuerte que mis palabras habían ocasionado en su pecho, parecieron despertar en el una luz, como el primer brote que germino por primera vez en la primera tierra. Fríos, vientos, huracanes, calores, todo se agitaba con intensidad, con furia y calma, en el interior del fenómeno. Entonces, se dispuso a hablar:

-No se lo que soy. Rara vez me lo pregunto. ¿Y sabe por que? Mire. Cuando yo era niño, los días de lluvia, solía sentarme en el balcón de mi casa a observar una de las cosas que mas maravillosas le parecían a aquel joven y su mundo de fantasía. Aquella forma inexplicable en que el agua caía del cielo a regar mi jardín, a llenar de alegría mi corazón, se mezclo con aquel juego que practicaba. Solía dibujar. Las paredes, los techos, las mesas, las pieles. Dibujar, en si la magia estaba en el hecho de hacerlo simplemente, y aquello que con mis poderes tocase, se empolvaba del polen especial del arte humana. Cierto día, caminando con mis hermanos en el bosque, volviendo del lago (Es en aquel lugar en donde los amaneceres mas lindos del universo, se pintan solos, uno los deja penetrar en los ojos, y la esencia misma los trasluce en la hoja), encontramos la màta. Nunca habíamos visto una. De chicos, habíamos escuchado historias, en donde el hombre aceptaba el sacrilegio de tener la màta en su poder, a cambio de cargar con la maldición del ser, la pobreza del alma. El bosque limpiaba sus vientos de estos rumores, pues sabían que hacían daño al corazón de nuestro oído. Nosotros, infantilmente, buscábamos debajo de las piedras, en lo alto de las montañas, un aire, un fino susurro que trajera algún detalle más de aquella figura encantada, preciosa y deseada. Así fue. Ahí estaba, posando delante de nuestros hambrientos ojos, inquietas manos. Entonces, abandone esa vida, y con ella, a lo que quedaba de mí.
El virus del mal se había instalado en nosotros, había echo de nuestro corazón su hogar y lo había llenado de polvo y suciedad. Nos mirábamos, lejos de ser hermanos, confrontados, dispuestos a despellejarnos por la posesión de aquella reliquia maléfica.
El don, el privilegio de tenerlo.. Esas montañas, el bosque, el universo entero, todo en mi mano, solo por tenerla. La màta te brinda el poder sobre todo, privándote del poder sobre ti mismo. Tu controlas quien come, quien no.. Quien pelea las guerras, quien aprende nuestro lenguaje, quien vive y quien no. El costo, tu alma y tu corazón se escapan, se ahogan en nubes grises a las que no podrás quitar con un simple soplido.
Apresuradamente tome la màta, y por ser el elegido, sometí a los demás, ahora inferiores, mucho mas bajos que yo, a rendirse.
Desde entonces, convivo con esto. Algunos dicen que es una especie de condena maldita, un sufrimiento. Yo estoy seguro, sabes, es la mejor manera, mas bien, la única manera de vivir.-

Silencio. Yo no podía sentir.. Estaba frió, lastimado por lo que percibía. La flor más pura del jardín, había mutado, cambiado su sangre clorofílica por veneno humano. Una semilla amiga, hermana artista, había abandonado los colores, los había perdido a manos de la oscuridad. Sentí pena por aquel niño, por el crimen de su alegría, por la perdida de sus colores.
El silencio había perdurado demasiado. Yo también cargaba con mi reliquia, mucho más poderosa que la màta que ciega a los seres, mucho más divina y celestial. Saque del bolsillo un lápiz verde y se lo di. Le confesé con toda verdad, que con el podría desdibujar sus formas, las de él y las del mundo. Con aquel lápiz, podría dibujar al niño, y mezclarse una vez mas con el.
La criatura lo tomo como examinándolo. Miro el objeto desconocido, olvidado en los rincones de alguno de sus cuerpos pasados, y dejo caer al suelo. Dirijio su mirada a mis ojos, que enrarecidos lo miraban con desilusión. Sospechando de mi presencia, su semblante entero cambio, y un muro se levanto entre los dos. Con palabras hechas de hielo y aire frio, me hablo:

-¿Me permite el documento caballero?

El dolor punzante del pecho, siempre hierve adentro de mi cuerpo al verme envuelto en esa situación. Lo que amo esta de un lado, ellos siempre del otro.

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