A lo lejos relucen las primeras luces. Los privilegiados de más adelante nos dan tiempo para la última bocanada de dios. Todo lugar es ventajoso en una fila. Ciérrela tranquila señor, da igual adentro o afuera, nunca estaré a salvo. Ellas caen una por una (me gusta evitar el fenómeno en donde todo se descompagina por un vulgar amontonamiento). Ni más, ni menos, la medida es exacta. Ya sin vueltos, con el testigo de mi condición de pasajero escondido en el fondo de un bolsillo, comienza la batalla.
Las zonas privilegiadas en donde uno puede abandonar el peso de su cabeza medianamente tranquilo (uno o dos golpecitos por cuadra), esta totalmente ocupado. Desde aquí, el fondo es completamente incierto, con un aroma oxidado que huele a futuro.
La hora de elegir me alcanza por la espalda. Es la imposición de los que aun están atrás, espiando a mis costados el panorama general del campo de batalla. Aseguro una posición. Un asiento, una victima, y millones de ojos enemigos con los que comparto esta terrible sed. No es que no disfrutase del clima aun estando parando, pero la voracidad de estas personas que me rodean exige mezclarme con ellos, meterme en su pobre juego. Ese olor a mierda egoísta que emanan cada uno de los poros abiertos por las altas temperaturas del rodado. El esfuerzo por no contaminarse es enorme, pero ¿Cuanto tiempo puede uno aguantar la respiración?
Volviendo a lo nuestro.. El asiento. El asiento, y el particular personaje reposado cómodamente en el trono. La mente empieza a divagar sobre el destino del elegido, usando diferentes combinaciones de estrategias. Observa y asocia. Pasajero y destino. Uno desarrolla técnicas, evoluciona sus sentidos y los pule a modo de lograr el objetivo implícito con mayor eficacia.
Es tal vez la absurda y gigantesca necesidad de sentarse. El agotamiento de nuestras vivencias nos deja con cierta fragilidad perfecta para caer en dichas tentaciones. O es tal vez la incansable búsqueda de distraerse, de actuar y jugar a ser algo u alguien especial en ese espacio lleno de gente con un mismo camino y diferentes destinos, por no poder simplemente observar y disfrutar del ritual.
Una cosa es clara, el lenguaje existe, y muchos de nosotros nos hemos comunicado con el. Hemos abrazado, confundido, insultado e ignorado con él. Es difícil encontrar un alma amiga que se encuentre al margen de esta guerra, pero que los hay, los hay. Las calles pasan de dos en dos con la misma velocidad que los enemigos y compañeros del sufrir escapan y vuelven al mar.
No dejo de preguntarme para qué, si realmente vale el tesoro anhelado tanto yo, yo, y más yo.. Si es sincera la satisfacción que obtenemos en la comodidad, a costa de tanto veneno en nuestro cuerpo. Es que sinceramente dudo que valga la pena ser enemigo, para regocijarse en el lecho del egocentrismo y sus actitudes hermanas que tan pobre hacen al ser.
Después de todo, al final del recorrido, uno llega solo a la Terminal, rodeado de tesoros que ya nadie quiere cuidar.
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