lunes, 17 de mayo de 2010

No hay que hablar nunca mas

Las sospechas estaban ya instaladas en el clima de la situación. Inexplicable, algo que nunca antes había sentido. Excedía los límites de lo que en ese momento mi mente podía comprender. Un laberinto indescifrable de sensaciones extrañas, nuevas y apasionadamente interesantes. El panorama era único, era nuestro. Era inevitable sentir conocimiento acerca de todo lo que se estaba dando. La información brotaba de mí de algún rincón desconocido hasta ese momento. Sabía con naturalidad y certeza que era aquello que nos estaba pasando, sorprendido por la rareza del hecho. Mas aun, porque también entendía que ellos conocían lo mismo, o por lo menos sospechaban como yo, del resto. Intentamos acercanos, todo a la velocidad de un huracán, lleno de vida. Juntos planteábamos y resolvíamos enigmas en cuestión de segundos. Tapándonos unos con otros. Deducíamos, calculábamos, nuestra cabeza estaba enferma, estaba lastimándose, azotándose por su incapacidad de entender el fenómeno. Su ineficiencia, su imbecilidad de intentar entender aquello que no necesitaba ser explicado. Que no se trasluce en palabras. Fue entonces cuando despertamos. Lo único dañino, aquello que desentonaba y no dejaba por fin morir a esta vieja compañera del piso de arriba, era el peor de los venenos. La peor guerra, el más horrible cáncer. Un alma contaminada. Nosotros. La sabiduría acerca del fenómeno nos invadió por completo a cada uno, mostrando la verdad en carne propia, emanándola de nuestra piel, totalmente permeables, dejando salir la concordancia con el día, el momento, la vida, el universo y esa particular sensacion

No hay comentarios:

Publicar un comentario